miércoles, 11 de julio de 2012

Francisco Solana: EXIT. En el IVAM del 10 de Julio al 2 de Septiembre de 2012



A su modo cada pintor resume la historia de la pintura y, así, la obra de Francisco Solana dialoga con momentos de la historia del arte cruciales. “Para nuestro autor, la materia –apunta Juan Antonio Fernández Arévalo- es la mínima, deliberadamente. Es precisamente la inmaterialidad, junto a la luz y al color, los que dotan a su pintura de una atmósfera especial, un tanto irreal y mágica. Una luz vaporosa, inspirada en la pintura flamenca y holandesa –Van Eyck, Vermeer y Rembrandt- o en el “sfumato” leonardesco, que se completa con una gama de colores tenues, matizados, llenos de sutileza y dulzura, si se me permite la expresión; colores vivos, como de terciopelo, que deslumbran, pero no ciegan, transmitiendo serenidad, lejos del fauvismo salvaje de principios del siglo XX y más en la línea colorista del realismo mágico de Courbet, en el siglo XIX”. Si una influencia se ha ido revelando como decisiva en Francisco Solana es la de Edward Hopper que es, no cabe duda, un artista determinante en la configuración de la “mirada norteamericana”. Francisco Solana cita explícitamente la “mirada introspectiva”, de una melancolía especial, hopperianano pero sobre todo saca partido de la fragmentación metropolitana, de los detalles que dotan al mundo de un toque misterioso. 

Aunque el “encuadre” pictórico de Francisco Solana tiene que ver con la referencialidad “fotográfica”, su imaginación no tiene una voluntad de documentar lo que pasa, sino de introducir una dimensión poética o ficcional, no pretende atrapar mecánicamente la realidad sino, valga el tono metafórico, navegar para encontrar otra luz. Desde sus cuadros de regatas náuticas, dotados de una atmósfera mágica que le lleva más allá de la tradición mediterránea, a los cuadros que ha pintado en Miami, con esa luminosidad que tiene tanto de Hopper cuanto de la superficie seductora del pop, se advierte una voluntad de mantener la ilusión estética. Francisco Solana necesita recorrer el territorio, estar ahí, atrapar los matices, encontrar el color de sus sueños, basculando entre la dimensión metafísica de la pintura y la voluntad de generar un lugar, para dar cuenta de un territorio que adquiere densidad imaginaria. 

La obra de Francisco Solana es, en todos los sentidos, autobiográfica, aunque no aparezca nunca, en el fondo, siempre se está pintando a sí mismo. Sea entre los hielos del mar del Ártico o en las calles soleadas de Miami, no deja de realizar una navegación vital en la que va trazando un “auto-retrato” por medio de los detalles del mundo que capta. 

La sublimidad post-romántica, reformulado en las pinturas de Francisco Solana tiene una tonalidad hopperiana, en la que no solamente se trata de dar cuenta de la navegatio vital sino del tiempo sedimentado en lo infra-ordinario, de la sensación de abandono, de la experiencia, valga la paradoja, fascinante de lo anodino. Sus obras tienen que ver con la búsqueda de una sintonía o, mejor, de un ritmo vital: sus paisajes marinos o urbanos son, en buena medida, sueños, modos de transformar lo real en misterioso, intentos de evitar la fosilización del imaginario. A Francisco Solana le llaman la atención en su periplo norteamericano especialmente los letreros, la escritura metropolitana, el vértigo de los reclamos de la cultura del consumo. Transforma esas incitaciones comerciales en pintura, reconduce la pulsión voraz de la “clase ociosa” en goce estético. Las imágenes viajeras de Francisco Solana no han surgido de un mero espejo sino que son el resultado de una mirada que sobrepasa la realidad y nos quiere mostrar sencillas salidas (como en el cuadro que explícitamente titula Exit) poéticas. El arte es una pasión tensada siempre en relación con lo imprevisto y lo inaudito, volcado a la búsqueda de aquello que tiene el carácter de promesa de nuevas experiencias.

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